jueves, 21 de mayo de 2009

MOMENTOS INCOMODOS

I ingresa presurosa junto a sus dos amigas en el restaurante. Desde mi lugar puedo observarla al detalle. Tan pronto como J se percata de su presencia, la malicia brota en sus ojos. Se pone de pie como el caballero que no es y se enfoca en I, o mejor dicho en la cadera de I. para ser más exacto en la estrellita que tiene por botón. Sonríe sarcásticamente y la adula (eso cree)
- I que linda estrellita… ¡y Donde la tienes! Le dice, tratando de hacerse el gracioso. Sus ojos brillan lujuriosos.
I, arisca como es y mal pensada como toda mujer a los veintitantos lo mira con rabia y sin siquiera pensarlo dos veces le responde:
- ¡En el mismo lugar que la tiene tu mamá!

I

Las virtudes de K las había escuchado tantas veces de la boca de L que ya me la imaginaba una santa,
Tenía que soportar todos los días una azaña de su nueva conquista. Era la primera vez que lo oía hablar bien de una mujer. Eso era raro.
Como todos los días L coge mi teléfono para gorrearme una llamadita, marca apresuradamente el número de K pero solo logro comunicarse con la contestadora. No hay crédito.
Deja mi celular y va tras el tacaño de C. Le implora por largo rato una llamadita. Finalmente C accede. Marca apresuradamente el número y oprime send, la pantalla parpadea, pero no tanto como los ojos de L. Mira asustado a C y le pregunta.
- ¿Quién es esta hembrita?
C se acerca observa el numero y le dice.
¡ ahh… un putita que me cobra 100 soles por toda una tarde¡
L devuelve el teléfono.

II

I recoge la toalla. Sacude por última vez la arena de sus nalgas. Lava sus manos tanteando que una ola no la sorprenda y se echa una carrerita hasta alcanzarme.
- ¿Nos vamos? Me dice
- ¿Ceviche o sudadito? Pregunto.
- ¡Ceviche! Me responde sin titubear y casi salivando.
Devoramos nuestros almuerzos: ella su cebiche, yo un sudadito.
Compartimos una gaseosa. Reímos un poco.
El Dueño del restaurante se acerca y Pregunta si nos gusto. Le respondemos que sí. Recoge los platos observándonos de reojo y se para a mi costado, se inclina levemente y como todo un imbécil me dice:
- Por si acaso a la vuelta tengo un hostal.
- I lo mira con rabia. Estoy seguro que desea matarlo.
El imbécil no se amilana.
- Tiene todos los servicios. Las habitaciones son súper higiénicas.

III

Bajo la luz amarillenta de las farolas, M camina a mi costado. Por la acera del frente Un negro atlético camina solo. Disimuladamente M le “echa un ojo”.
- ¿Te atraen los negros? Le pregunto.
- ¡No¡ Me responde casi respingando. Hace una pausa y confiesa involuntariamente.
- Les tengo miedo
- ¿Por?. Indago.
- ¡Dicen que la tienen muy grande¡
El silencio nos devora.

IV

D divisa a S y va a su encuentro. Bajo la sombra del paradero se “estampan” un beso sin tocarse la mejilla, aunque D hubiese querido besarle los labios… y otros lugares.
D era de los patas mandados, de los que se acercaban a las mujeres sin temor aparente. Pero acercarse a S le había costado, como le estaba costando en ese momento aguantarse un pedo. Retrocede unos pasos y ruega a Dios que no se audible. Dios no lo escucha.
Un incresendo sonoro de trompeta desafinada se deja escuchar. S se hace la loca pero sus fosas nasales se cierran automáticamente ante el avance de la onda expansiva. Mira la cara de cojudo de D y no se aguanta. Se echa a reír como loca.
V

El calzón de L vuela libre, en su trayecto de la ducha al lavabo. Da uno cuantos giros, sin mostrar su lado interno, se posa con la gracia de una mariposa y por golpe de suerte o de mala suerte (para ella) descubre su interior posterior. Una mancha aparece ante nuestros ojos (no es necesario decir de que). La angelical cara de L se desencaja. Como todo un caballero me hago el que no vi nada y giro la perilla de la ducha. Me cago de risa en silencio.
Segundos después L da vuelta al calzón disimuladamente.


VI


Jueves 4 pm. El sol aun pega fuerte. Me paro sobre la escalera eléctrica, levanto mi cabeza y el culo expuesto a la intemperie de una señora, me sorprende. A su costado derecho va su hija, al lado izquierdo su esposo, su otro hijo va prendido a la cintura de su padre como toda una lapa. ! Qué bonita familia ¡ Mis ojos vuelven a las nalgas de la señora; pues algo que me atrae. Ella debe sentir que un par de ojos hurgan en sus nalgotas así que voltea con cara de pocos amigos y me observa como diciéndome: Nunca has visto un culo ¡pajero!
- Un culo con tanto acné… nunca. Le responden mis ojos.